vendredi, novembre 30, 2007

Les arbres de Buenos Aires




En argentine j'ai été très emue par la lumière et par les arbres. De retour, je n'ai pas pu resister à m'inspirer, comme une évidence, de ces formes torsadées pour les illustrations du conte de Tourgueniev. Les personnages se retrouvent enlacés dans l'histoire, leur évolution suis une voie sinueuse. Les arbres tortueux révèlent la complexité des sentiments. Rien n'est comme une ligne droite -l'horizon me semble calme, limpide et rassurant. Les arbres me parlent, m'intriguent, je pourrais les regarder des heures, suivrent la ligne de chaque branche qui me conduit à une autre…

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En Argentina, sali muy emocionada por la luz y por los arboles. De vuelta, no pude resistir inspirarme, como una evidencia, de sus formas torsadas para las ilustraciones del cuento de Tourgueniev. Los protagonistas se encuentran enlazados en la historia, sus propias evoluciones sigue un camino sinuoso. Los arboles tortuosos revelan la complejidad de sus sentimentos. Nada se encuentra como una linea recta - el horizonte me trasmite calma, limpidez y seguridad… Los arboles me conmueven, me intrigan, podria mirarlos durante horas, seguir la linea de cada rama que me conduce a otra…

mardi, novembre 20, 2007

Ahora va el final y pronto saldra la edicion…

Extracto del libro (6) / FINAL

"MI PRIMER AMOR" de YVAN SERGUEÏEVITCH TOURGUENIEV
Colección : Los Libros de Boris - COLIHUE

«Por la tarde de ese mismo día se reunieron en casa de las Zasekina los invitados de costumbre, y yo entre ellos. La conversación giró en torno al poema de Maidanov; Zinaida lo elogió sinceramente. (…) – De pronto, en la orilla, ruido, alboroto, antorchas, panderetas... Es una multitud de bacantes que corre cantando y gritando. Ahora ya es asunto suyo pintar el cuadro, señor poeta... sólo quisiera que las antorchas fueran rojas y largaran mucho humo, y que los ojos de las bacantes brillaran bajo las coronas, y las coronas tienen que ser oscuras. No olvide tampoco las pieles de tigre y las copas, y el oro, mucho oro.»
(…)

«Entró Belovzorov; me alegré de su llegada.
–No he encontrado un caballo manso para usted –dijo con voz severa–; Freutag me recomendó uno, pero no estoy seguro. Tengo temor.
–¿Pero a qué le teme? –preguntó Zinaida–, permítame preguntarle.
–¿A qué? Pues a que usted no sabe montar. ¡Dios me guarde de que ocurra algo! ¿Qué fantasía se le ha venido a la cabeza?
–Bueno, eso es cosa mía, mesié mi bestia. En ese caso, le pediré a Piotr Vasílievich... (Mi padre se llamaba Piotr Vasílievich. Me sorprendió que ella mencionara su nombre con tanta ligereza y soltura, como si estuviera segura de su disposición a servirla).»
(…)

«Bajé al valle; un sendero estrecho y arenoso serpenteaba por el valle y conducía a la ciudad. Me encaminé por ese sendero... A mis espaldas resonó el ruido sordo de unos cascos. Me di vuelta, sin querer me detuve y me quité la gorra: vi a mi padre y a Zinaida. Montaban uno junto al otro. Mi padre le decía algo, inclinándose hacia ella con todo el torso y apoyando su mano sobre el cuello del caballo; se sonreía. Zinaida lo escuchaba en silencio, con los ojos severos y bajos y apretados los labios. Primero los vi a ellos solos; recién unos instantes después apareció por detrás de un recodo del valle Belovzorov, con uniforme de húsar y una manteleta al hombro, sobre un caballo negro cubierto de espuma.»
(…)

«Los pasos se dirigían directamente hacia mí; me agazapé, listo a salir a su encuentro... Apareció un hombre... ¡Dios mío! ¡Era mi padre!
Lo reconocí enseguida, aunque iba todo cubierto en una capa oscura y con el sombrero caído sobre los ojos. Pasó de puntillas frente a mí. No me vio, aunque nada me ocultaba, pero me había encogido y acurrucado tanto que parecía estar a la par del suelo. El celoso Otelo, dispuesto a matar, se convirtió de súbito en un escolar... Hasta tal punto me asustó la inesperada aparición de mi padre, que al principio ni siquiera llegué a advertir de dónde venía ni hacia dónde había desaparecido.»
(…)

«…me tumbé en la cama. No sollocé, no me dejé llevar por la desesperación, no me pregunté cuándo y cómo aquello había sucedido, no me sorprendí de no haberlo adivinado antes, hace tiempo, ni siquiera murmuré contra mi padre... Lo que supe era superior a mis fuerzas: esa súbita revelación me aniquiló... Todo había terminado. Todas mis flores habían sido arrancadas de un tirón y yacían a mi alrededor, desparramadas y pisoteadas.»
(…)

«En la calle, a cuarenta pasos de mí, ante la ventana abierta de una casita de madera, estaba mi padre, de espaldas a mí; se apoyaba con el pecho en el marco de la ventana, y en la casita, medio oculta por una cortina, había una mujer sentada, con vestido negro, que hablaba con mi padre; esa mujer era Zinaida.» …